En la costa gaditana, donde el sol besa las olas del Atlántico y el viento levanta secretos entre las rocas, existe un lugar olvidado por muchos pero temido por quienes conocen su historia. Se trata de la Cueva de Mariamoco, una grieta oscura y profunda en los acantilados cercanos a la antigua ciudad de Cádiz, envuelta en brumas y leyendas.

El origen del nombre

Dicen los pescadores más viejos del lugar que el nombre Mariamoco proviene de una antigua bruja mora que habitó la cueva siglos atrás, cuando Cádiz aún era tierra disputada por cristianos, musulmanes y piratas. Otros aseguran que es un juego de palabras maldito, una mezcla de nombres prohibidos y conjuros antiguos que nadie se atreve a repetir en voz alta.

Sea cual sea la verdad, todos coinciden en algo: la cueva está maldita. Y quien entra sin permiso… no siempre regresa.

La historia de Mariana la Mora.

Cuenta la leyenda que en tiempos de la Reconquista, cuando el Reino de Castilla luchaba por expulsar a los últimos moros del sur, una joven hechicera llamada Mariana Al-Moqaddima vivía retirada en una cueva cercana al mar. Era hija de un sabio árabe y una mujer andalusí, conocida por sus habilidades curativas y sus conocimientos en astrología y hierbas.

Pero Mariana también practicaba artes oscuras. Se decía que hablaba con los muertos, invocaba sombras en noches sin luna y que su mirada podía paralizar a un hombre valiente. Algunos la veneraban como sanadora. Otros la temían como bruja.

Un día, un caballero cristiano, Don Alonso de Medina, llegó herido a la entrada de la cueva tras un enfrentamiento con piratas berberiscos. Mariana lo recogió, lo curó… y lo amó. Pasaron juntos muchos días y noches, y el amor floreció entre sortilegios, estrellas y promesas prohibidas.

Pero cuando Don Alonso sanó, el deber llamó. Debía regresar con su ejército y unirse a la lucha. Le prometió volver. Mariana, aunque desconfiada, le entregó su corazón y una pequeña piedra lunar encantada, que lo protegería mientras la amara.

La traición

Don Alonso nunca regresó. Mariana esperó durante lunas enteras, mirando al horizonte, invocando señales. Hasta que una mañana, un comerciante le trajo noticias: el caballero había regresado a su tierra natal, y se había casado con una noble cristiana.

Dicen que en ese momento el mar se encrespó, el cielo se oscureció, y un viento maldito barrió los alrededores de la cueva.

Mariana rompió la piedra lunar y lanzó una maldición sobre el traidor: “Ni en vida ni en muerte hallará paz quien juega con el alma de una bruja.”

Y desde entonces, la cueva cambió. Las paredes comenzaron a sudar sal, los ecos se convertían en susurros y los animales evitaban acercarse. Muchos aseguran haber visto una figura femenina de túnica negra llorando en la entrada al anochecer. Otros oyeron su voz entre las olas, llamando a “Alonso” con un lamento que hiela la sangre.

El marinero curioso

Cientos de años después, en el siglo XIX, un joven marinero llamado Ismael, nacido en el barrio de La Viña, escuchó la historia en una taberna del puerto. Se burló de los cuentos de ancianos y apostó con sus compañeros que pasaría una noche en la cueva sin miedo.

Esa misma tarde, se adentró en la Cueva de Mariamoco con una linterna, una bota de vino y una guitarra. Dijo que cantaría tangos gaditanos para espantar a los fantasmas.

Nunca volvió.

Solo se halló su guitarra, flotando en una poza de agua salada, con las cuerdas rotas y marcas de uñas en la madera. Desde entonces, los pescadores dejaron de bromear sobre la cueva.

El pacto eterno

Otras versiones de la leyenda afirman que Mariana no murió, sino que hizo un pacto con el mar, ofreciéndole su alma a cambio de eternidad. Que aún vive en la cueva, rejuvenecida cada siglo, esperando a que Don Alonso reencarne y vuelva a ella. Y que todo aquel que entra en la cueva y tiene el corazón infiel… es puesto a prueba.

Si resiste la tentación de la bruja, puede salir ileso. Pero si su alma vacila, Mariana lo seduce y lo atrapa, alimentándose de su energía para seguir viva.

Por eso, los lugareños enseñan a los niños a no jugar cerca de la cueva. Y en algunas noches, especialmente en la luna llena de junio, los gaditanos encienden velas en la playa cercana, “para que Mariamoco no salga del mar”.

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